La miró con expresión absorta al darse cuenta de sólo llevaba puesta una toalla. Una lasciva sonrisa hizo que sus hoyuelos aparecieran en todo su esplendor, y la temperatura del cuerpo de miley ascendió varios grados.
— Me pongo la ropa y…
— No —le dijo con tono autoritario.
— ¿Que no qué? —preguntó incrédula.
La expresión de nick se suavizó.
— Preferiría que te vistieras aquí.
— nick…
— Por favor.
miley se puso muy nerviosa ante la petición. Jamás había hecho algo así en su vida. Y se sentía avergonzada.
— Por favor, por favor… —volvió a rogarle con una leve sonrisa.
¿Qué mujer le diría que no a una expresión como ésa?
Lo miró con recelo.
— No te atrevas a reírte —le dijo mientras abría vacilante la toalla.
nick miró sus pechos con ojos hambrientos.
— Puedes estar completamente segura de que la risa es lo último que se me pasa por la mente en estos momentos.
Y entonces, se levantó de la cama y se acercó a la cómoda, donde miley guardaba la ropa interior, con los movimientos gráciles de un depredador. Un extraño escalofrío recorrió la espalda de miley mientras observaba cómo la mano de nick rebuscaba entre sus braguitas hasta encontrar las de seda negra que selena le había regalado de broma.
nick las sacó y se arrodilló en el suelo delante de ella, con toda la intención de ayudarla a ponérselas. Sin aliento y totalmente entregada a la seducción, miley miró sus rizos rubios mientras elevaba una pierna para dejar que él le pasara las braguitas por el pie.
Tras sus manos, que deslizaban la seda ascendiendo por su pierna, sus labios dejaban un reguero de besos que la hicieron estremecerse. Para mayor devastación de todos sus sentidos, abrió las manos y las colocó sobre sus muslos con los dedos totalmente extendidos. Y lo que fue aún peor, una vez las braguitas estuvieron colocadas en su sitio, la acarició levemente entre las piernas antes de apartarse.
A continuación, sacó el sujetador negro a juego.
Como una muñeca sin voluntad propia, dejó que se lo pusiera. Las manos de nick rozaron los pezones, mientras abrochaba el enganche delantero; una vez cerrado, las deslizó bajo el satén y la acarició con deleite, erizándole la piel.
nick inclinó la cabeza y capturó sus labios. Podía sentir el fuego consumiéndolo, exigiéndole que la poseyera. Exigiéndole que aliviara el dolor de su entrepierna aunque fuese por un instante.
miley gimió cuando él profundizó el beso y se dejó llevar por completo. nick la alzó en brazos para tenderla sobre la cama. De forma instintiva, ella le rodeó la cintura con las piernas y siseó al sentir los duros abdominales presionando sobre su sexo.
nick le pasó las manos por la espalda. La visión de su cuerpo húmedo y desnudo estaba grabada a fuego en su mente. Había llegado a un punto sin retorno cuando un destello de luz cegadora iluminó la habitación.
Con los ojos doloridos por el resplandor, nick se separó de ella.
— ¿Has sido tú? —le preguntó ella sin aliento, mirándolo arrobada.
Risueño, nick negó con la cabeza.
— Ojalá pudiera atribuírmelo, pero estoy bastante seguro de que tiene otro origen.
Echó un vistazo a la habitación y sus ojos se detuvieron sobre la cama. Parpadeó.
No podía ser…
— ¿Qué es eso? —preguntó miley, girándose para mirar la cama.
— Es mi escudo —contestó nick, incapaz de creerlo.
Hacía siglos que no veía su escudo. Atónito, lo contempló fijamente. Estaba en el mismo centro de la cama y emitía débiles destellos bajo la luz.
Conocía cada muesca y arañazo que había en él; recordaba cada uno de los golpes que los habían producido.
Temeroso de estar soñando, alargó el brazo para tocar el relieve en bronce de Atenea y su búho.
— ¿Y tu espada también?
nick le agarró la mano antes de que pudiera tocarla.
— Ésa es la Espada de Cronos. No la toques jamás. Si alguien que no lleva su sangre la toca, su piel quedará marcada para siempre con una terrible quemadura.
— ¿En serio? —preguntó, bajándose de la cama para alejarse de la espada.
— En serio.
miley miró a la cama con el ceño fruncido.
— ¿Qué hacen aquí?
— No lo sé.
— ¿Y quién los envía?
— No lo sé.
— Pues no me estás ayudando mucho.
nick no pareció captar su sarcasmo. En lugar de darse por aludido, miley lo observó contemplar su escudo. Pasaba la mano sobre él como un padre que mira con adoración a un hijo largo tiempo perdido.
Cogió su espada y la depositó en el suelo, debajo de la cama.
— No olvides que está aquí —le dijo muy serio—. Ten mucho cuidado de no tocarla.
Su expresión se volvió más ceñuda al incorporarse. Miró de nuevo el escudo.
— Debe ser obra de mi madre. Sólo ella o uno de sus hijos podrían enviármelos.
— ¿Y por qué iba a hacerlo?
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ya saben capi dedicado a todas mis lectoras
de hecho todos los capis que subire hoy dedicado para todas :)
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