domingo, 24 de abril de 2011

perfect lover-cap-72

— ¿Eso significa que estás de acuerdo con que me marche?
No
, quiso gritarle. Pero en lugar de eso, suspiró. En el fondo, sabía que jamás podría pedirle que abandonara todo lo que había sido para quedarse con ella.
nicholas de Macedonia era un héroe. Una leyenda.
Jamás podría ser un hombre de carácter tranquilo del siglo veintiuno.
— Sé que no puedo hacer que te quedes conmigo. No eres un cachorrito abandonado que me ha seguido a casa.
nick se tensó al escucharla. Tenía razón. Por eso le resultaba tan difícil abandonarla. ¿Cómo podía separarse de la única persona que lo veía como a un hombre?
No sabía por qué quería enseñarlo a conducir pero, de todas formas, notaba que se sentía feliz compartiendo su mundo con él. Y, por alguna razón que no quería analizar demasiado a fondo, le gustaba hacerla feliz.
— Muy bien. Enséñame a dominar a esta bestia.
miley salió del coche para que nick pudiese sentarse en el asiento del conductor.
Tan pronto como nick se sentó, ella hizo una mueca al ver a un hombre, de casi un metro noventa, encogido para poder acomodarse en un asiento dispuesto para una mujer de uno cincuenta y cinco.
— Lo siento, se me ha olvidado mover el asiento.
— No puedo moverme ni respirar, pero no te preocupes, estoy bien.
Ella se rió.
— Hay una palanca bajo el asiento. Tira de ella y podrás moverlo hacia atrás.
nick lo intentó, pero el espacio era tan estrecho, que no la alcanzaba.
— Espera, yo lo haré.
Echó la cabeza hacia atrás cuando miley se inclinó por encima de su muslo y apretó los pechos sobre su pierna para pasarle el brazo entre las rodillas. Su cuerpo reaccionó de inmediato, endureciéndose y comenzando a arder.
Cuando ella apoyó la mejilla sobre su entrepierna al tirar de la palanca, nick pensó que estaba a punto de morir.
— ¿Te has dado cuenta de que estás en la posición perfecta para…?
— ¡nick! —exclamó ella, retrocediendo para ver el abultamiento de sus vaqueros. Su rostro adquirió un brillante tono rojo—. Lo siento.

— Yo también —contestó él en voz baja.
Desafortunadamente, todavía tenía que mover el asiento, así que nick se vio forzado a soportar la postura una vez más.
Apretando los dientes, alzó un brazo y se agarró al reposacabezas con fuerza. Era lo único que podía hacer para no ceder a la salvaje lujuria.
— ¿Estás bien? —le preguntó ella, una vez colocó el asiento en su sitio y volvió al suyo.
— ¡Claro! —contestó él con tono sarcástico—. Teniendo en cuenta que he caminado sobre brasas que resultaron menos dolorosas que lo que está soportando en este momento mi entrepierna, estoy fenomenal.
— Ya te he pedido perdón.
Él la miró fijamente.
miley le dio unas palmaditas en el brazo.
— Venga, ¿llegas bien a los pedales?
— Me encantaría llegar hasta los tuyos…
— ¡nick! —exclamó de nuevo miley. Era un hombre verdaderamente libidinoso—. ¿Quieres concentrarte?
— De acuerdo, ya me estoy concentrando.
— En mis pechos, no.
nick bajó la mirada hacia el regazo de miley.
— Ni ahí tampoco.
Para su sorpresa, hizo un puchero semejante al de un niño enfadado. La expresión era tan extraña en él que miley no tuvo más remedio que reírse de nuevo.
— Vale —le dijo ella—. El pedal que está a tu izquierda, es el embrague; el del medio es el freno y el de la derecha, el acelerador. ¿Te acuerdas de lo que te explicado sobre ellos?
— Sí.
— Bien. Ahora, lo primero que tienes que hacer es apretar el embrague y meter la marcha. —Y diciendo esto, colocó la mano sobre la palanca de cambios, situada entre los dos asientos, y le enseñó cómo debía moverla.
— En serio, miley. No deberías acariciar eso de esa forma delante de mí. Es una crueldad por tu parte.
— ¡nick! ¿Te importaría prestar atención? Estoy intentando enseñarte a cambiar de marcha.
Él resopló.
— Ojalá me cambiaras a mí las marchas del mismo modo.
Con un brillo malicioso en los ojos, soltó el embrague antes de la cuenta y el coche se caló.
— Se supone que esto no debería pasar, ¿verdad? —preguntó.
— No, a menos que quieras tener un accidente.
Él suspiró y lo intentó de nuevo.
Una hora más tarde, después que se las hubiera arreglado para dar una vuelta alrededor del estacionamiento sin golpear los postes y sin que el coche se le calara, miley se dio por vencida.
— Menos mal que fuiste mejor general que conductor.
— Ja, ja —exclamó él sarcásticamente, pero con un brillo en la mirada que indicó a miley que no estaba ofendido—. Lo único que alegaré en mi defensa es que el primer vehículo que conduje fue un carro de guerra.

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