viernes, 23 de marzo de 2012

the manual of the forbidden- capi- 43




Chaz volvió a abrazarme, pero esta vez fue un abrazo corto.

-¿Ya no hay vuelta atrás? –me miró, congojado.

Negué con la cabeza baja.

-Me voy, mañana en la mañana –murmuré.

-nick es un idio'ta –resopló-. No puedo creer que tengas que irte, es decir, no tan pronto.
-Es lo mejor, de todas maneras ya lo había pensado. Me tardé demasiado analizándolo, ese fue el problema.
-¿Le dirás a selena? –me preguntó, como no queriendo la cosa.

Me tembló la boca y la quijada al contestar.

-Tiene que saberlo –tomé aire-. Pero no estoy muy segura de cómo –bajé la mirada.
-Todo va a salir bien, miley –me tranquilizó, pero yo sabía que más allá de sus palabras, la verdad era otra-. ¿Te despedirás?
-¿De quién?
-De Ferni.

Otro pinchazo de dolor a mi corazón. Otra persona que extrañaría bastante, Fernanda.

-No me gustan las despedidas –musité, con el dolor en mi voz.
-Oh, vamos. No puedes irte sin decirle adiós. Sabes que ella te aprecia mucho.
-Pero me va a doler –dije.
-Y le va doler más a ella si no lo haces.

Suspiré.

-De acuerdo –acepté-. Ahora llévame al departamento, por favor –dije, sobándome la cabeza, que sentía explotar.
-Gracias –me hizo un cariño en el mentón y luego abrió el cajón de delante de mí-. Toma, te ayudarán un poco –me ofreció unos lentes de sol y cuando me los puse y mi vista se oscureció, el dolor disminuyó quedamente.

Arrancó el auto y condujo hasta el departamento, tenía que comenzar a hacer mis maletas. Cuando llegamos y subimos, Chaz me preparó una extraña malteada blanca.

-Tómatela –me dijo, dándome el vaso y me hizo recordar la noche anterior, cómo Gaspar ponía frente a mí los vasitos con alcohol.

Lo miré, recelosa.

-Si algo he aprendido de mi tía, es a hacer remedios caseros para todo, anda –me instó-. Se te quitará ese horrible dolor de cabeza.

Le di un sorbo pequeño al vaso y luego, le abrí paso a uno más grande; hasta que divisé el fondo de cristal de aquel vaso.

Aquello no sabía tan mal.

-Perfecto –sonrió,Chaz-. ¿Qué vas a hacer ahora?
-Mis maletas –musité-. Entre más pronto termine todo, mejor.

Él suspiró con pesar, enterrando sus ojos chocolate en mí; luego, soltó una risita y meneó la cabeza.

-Tú te atreviste a hacer lo que nunca pude hacer yo –me dijo-. ¿Qué hubiera pasado si hubiese sido yo el que hubiera robado un beso a de ti? –me preguntó.
-Supongo no me estuviera yendo en ahora –admití-. Pero dicen que las cosas suceden por alguna razón.
-Sí, ahora yo tengo a Ferni y…
-Y yo regreso a California –traté de sonreír.

Ambos nos quedamos en silencio.

-Tengo que ir, Chaz –musité-. Gracias… por todo –dije, desde lo más profundo de mi corazón.
-No agradezcas, para mí ha sido todo un placer conocerte, mi principessa –sonrió.
-No nos despidamos aun –dije-. Te veo más tarde –sonreí y salí de su apartamento hacía el mío.

Cuando me hube adentrado en él me dejé caer sobre el suelo y parecía cómo si las ganas de llorar no acabaran jamás.

Me levanté cansada, pero al menos evitando a toda costa derramar una gota de agua más. Me dirigí a mi habitación y saqué mi par de maletas azules que había traído conmigo, luego, comencé a llenarlas de ropa, objetos y todo lo que me pertenecía.


• • •


El dolor de cabeza se había esfumado por completo, pero el dolor en mi corazón seguía estancado y se movía como la hoja de un cuchillo afilado.

Mis maletas estaban hechas sobre la cama, la habitación había quedado tal y cual la había encontrado cuando llegué. Iban a ser las seis de la tarde, pero el tiempo ya no importaba, a mí se me había acabado la estancia allí y cada movimiento de la manecilla del reloj me lo recordaba. Tomé mi morral y fui con Ferni, al menos ella tendría qué saber que me iba.

Caminé con paso apesadumbrado, era como si los pies me pesaran toneladas; las manos se me congelaban, sin siquiera haber tanto frío.

Llegué hasta el laboratorio de los Agnelli pero esta vez, no había fotografías que imprimir, sino, una triste noticia que dar. Crucé la calle, tratando de respirar, no sabía que tan difícil podría ser decirle adiós a las personas que aprecias y más, si sabes que para volver a verlas pasará mucho tiempo, si es que sucede.

El rechinido de la puerta de entrada se escuchó cuando la abrí y la delicada figura de Ferni se posó en mis ojos. Me dieron ganas de llorar en cuanto la vi sonreírme.

-¡miley, hola! –me saludó, con esa alegría tan angelical en ella.

Quise sonreír pero una traicionera lágrima fue lo único que salió. Me dolía bastante decirle adiós a una persona fantástica.

-Oh, miley, ¿qué sucede? –llegó hasta mí en un rápido andar y me abrazó.
-Vengo a despedirme –musité.
-¡¿Qué?! ¿A dónde vas?
-Vuelvo a California –confesé.
-¡¿Qué?! –la expresión se le contrajo de desconcierto.
-Tengo que irme, Ferni. Ya no tengo nada más qué hacer aquí.
-Pero… ¿por qué?


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