Era la carta más sincera que jamás en la vida había
escrito, sin embargo, la sentía insuficiente. Pero ya no me quedaba tiempo.
Doblé el papel por la mitad y garabateé rápidamente el nombre de selena al
frente, luego la coloqué sobre la mesa.
Fui por mis maletas y guardé el par de euros que aun me quedaban. Di una última
mirada nostálgica al departamento y una lágrima se estrelló contra la alfombra
del suelo. Dejé las llaves en la misma mesa en donde estaba la carta y luego
salí por la puerta, arrastrando mis maletas junto conmigo. Utilicé el ascensor
y salí del edificio. Paré un taxi y le pedí que me llevara al aeropuerto.
Aun en la agonía misma de estarme yendo, sabiendo que la única familia que me
quedaba tenía el corazón roto por culpa mía, no podía evitar pensar en él. Miré
a través de la ventana del taxi y vi pasar las casas y calles, jamás volvería a
verlas de nuevo, ni a él.
Me iba hasta el otro lado del mundo, pero dejaría mi corazón cerca de él.
Seguro. Mientras más lo pensaba, más me dolía. Dejaría al amor de mi vida y
renunciaría a él totalmente, porque era lo mejor.
Nunca pude dejar de quererlo, sencillamente por que lo amaba más de lo que me
convenía. Era como redactar mi carta de despedida; como si al hacerlo, cada
palabra que plasmaba me doliera cada vez más al acercarme al punto final.
No quería irme, partir de su lado era como tirarme de un precipicio o
interponerme en el camino de un autobús en movimiento, ó con menos dramatismo,
era como quitarle el sentido al paso del tiempo.
Me dolía partir, por supuesto; pero era lo mejor que podía hacer después de
todo. Me llevé la mano a mi mejilla izquierda, y me ardió con el recuerdo. La
cara desencajada de dolor de selena se plasmó en mis pensamientos, sus lágrimas
volvieron a verse en mi mente. Mi corazón ya no palpitaba, podría hasta jurar
que ya no estaba allí; pero podía sentir el dolor indescriptible y sabía que,
aunque hecho pedazos, mi bombeador de sangre seguía allí.
Pude ver el aeropuerto a través del vidrio empañado por mis suspiros y supe que
el tiempo se me iba acabando más rápido. Pagué el taxi y le pedí que se quedara
con el cambio, a fin de cuentas, a mi ya no me serviría.
Me ayudó a bajar mis maletas de la cajuela del auto y luego las hice rodar
sobre el pavimento hasta adentrarme al aeropuerto. Había llegado a la hora
justa.
Me senté en una de las bancas a esperar que los diez minutos que faltaban se
pasaran rápido. Mientras veía a la gente ir y venir, nick volvió a mi
pensamiento. ¿Vendría a buscarme y me pediría que no me fuera? ¿Me diría que me
amaba con la misma intensidad con la que yo lo hacía? Me reí, burlándome de mi
misma. Esto no era una película con final feliz, nick no vendría; por que su
lugar era a lado de selena.
La voz femenina anunció mi vuelo, la hora había llegado. Me paré y caminé para
dejar las maletas, luego guardé el boletito en mi bolso. Caminé hasta la fila
de personas que aguardaban para subir al avión y me formé detrás de la última.
Miré hacía atrás, hacía todos lados mientras mordía mi labio inferior; vi a
toda la gente, todos los rostros… ¿qué estaba pensando? Él no vendría. Me volví
a girar y caminé lentamente hasta que llegó mi turno, la azafata me revisó el
boleto.
-Bon voyage –me sonrió, devolviéndome el boleto.
Di una última mirada alrededor y suspiré. Cerré los ojos y deseé fervientemente
que él apareciera, tan sólo para decirme adiós. La gente seguía pasando a mi
lado cuando los abrí. Me faltaba magia, por que los rostros que veía, seguían
siendo desconocidos.
Resultaba inútil desearlo, esperar que él… por supuesto que no, ¿en qué cabeza
cabe? Volví a reírme de mi misma, sin atisbo alguno de alegría y caminé hasta
el avión.
Me senté en el asiento correspondiente, forrado de azul rey y luego miré por la
ventanilla circular. Ningún moviendo fuera del avión me pareció inusual.
Decidí relajarme, ya era demasiado tarde para cualquier cosa, para todo. Ya
nada tenía sentido. Las tripas me rugieron dentro de mi abdomen y hasta ese
momento caí en la cuenta de que no había desayunado nada. Esperaría la merienda
del avión y me esforzaría en dormir, eran dieciocho horas las que me esperaban
de camino y tenía que adaptarme al horario americano.
Una voz femenina se escuchó por todo el avión, primero en italiano, luego en
inglés, y por fin en español, para después seguir hablando en otros idiomas.
El avión despegaría en dos minutos. Las ruedas comenzaron a moverse y a rodar
por el pavimento, el rugido del motor era claramente perceptible. El tiempo se
había acabado.
Cerré los ojos, no quería ver cómo mi corazón se quedaba en ese lugar; pero
detrás de mis párpados su rostro apareció y gemí de dolor. Los recuerdos se
proyectaron como una película en mi mente mientras el avión se elevaba en el
aire. El primer día que llegué, su sonrisa, esos jeans ajustados que usaba esa
noche… una lágrima corrió por mi mejilla.
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