Aquello era el sitio perfecto que Blade había conseguido
para que se llevara a cabo mi exposición y aunque quedaba casi fuera de la
ciudad, al norte de Broderick, liam se había ofrecido en llevarme y traerme
las veces que fuera necesario.
Él siguió andando por las habitaciones del lugar, mientras
que otras de las palabras que él había dicho, captaron mi atención. Faltaba
casi menos de una semana para que se llevara a cabo la exposición y el mes se
había pasado lento a pesar de todo, o mejor dicho, lento para mí, ya que cada
día la agonía de desconocer el resultado de mi atrevimiento, me arrastraba en
una incertidumbre desconocida que me obligaba a ignorar el paso de las foras en
el reloj.
Cuando hubimos terminado de ver el lugar, liam me llevó a
casa y me hizo prometer que no pensaría en otra cosa más que en la exposición
fotográfica. Y aunque traté de hacerlo, me resultó completamente imposible,
nick se había convertido en mi pensamiento constante y además, la razón de mi
exposición, ¿cómo no iba a pensar en él? Eso, ni aunque me borraran la memoria.
Por la tarde charlé con Ferni y le conté las buenas nuevas,
evitando por supuesto, el plan debajo de ellas. Además ella me lo ponía
bastante fácil, ya que procuraba no hablar de nick tampoco. Me contó sobre lo
bien que iba su relación con Chaz y que él me mandaba saludos, luego algunas
cosas triviales que ocuparon el lugar de la conversación.
Yo debía de mantener la farsa, hacerle creer a las personas
a mi alrededor que esto no era para mí más que el placer del trabajo bien
recompensado y no una esperanza a mi locura.
Faltaba menos de un par de horas para que las puertas se abrieran y la gente pasara. Puse mi atención hacía el lado izquierdo de donde me encontraba parada y miré a los meseros acomodar los aperitivos en distintas bandejas para poder servirlos. A pesar de que todo era una situación distinta a otra, mi mente no dejaba de volar en torno a una sola cosa con nombre propio.
No es que tuviera precisamente la esperanza de que él apareciera, justo aquí. Pero al menos que me buscara luego, que supiera que estaba cerca de aquí, que supiera que lo necesitaba. Vi a liam acercarse a mí y le sonreí nerviosa.
-En un momento empezará todo, ¿estás lista? –me preguntó y sin dejarme contestar añadió-: Hay mucha gente que desea entrar.
-Estoy nerviosa, es la cosa que más quería cuando comencé a trabajar en esto y ahora ya está aquí.
-Los sueños se cumplen –me sonrió-. ¿O lo dudas?
-Te lo contesto luego. ¿Qué te dijo Blade? –pregunté, cuando lo vi salir por la puerta giratoria, además de querer cambiar de tema.
-Oh, tiene que irse, pero me dijo que le pasara un reporte de cómo había resultado todo. Él también está emocionado y ansioso. Oh, y quiere que pruebes los bocadillos.
-¿Blade quiere eso? –dije, extrañada.
-No, en realidad el que quiere eso soy yo, relájate, miley. Vamos –me tomó del brazo y me llevó hasta donde los mozos acomodaban las charolas.
Mordisqueé con ansiedad un par de aperitivos que rápido hicieron aparición en mi garganta al pasar por ella. Pronto se llegó la hora, el reloj marcó las diez de la mañana del martes treinta y uno de Enero, las puertas se abrieron y gente comenzó a entrar, girando sus cabezas hacía cuanta foto veían y dirigiéndose a ellas. Me di la media vuelta y cerré los ojos, yéndome a sentar a otro lugar porque no quería ver la cara de las personas al mirar las fotografías, no deseaba saber qué pensaban, qué se les ocurría. En ese momento me arrepentí de haber dicho sí.
Así pasaron cuarenta minutos de las dos horas que se habían predestinado para la exposición. Cuarenta largos y tormentosos minutos de ver –aunque no haya querido y haya hecho casi todo por evitarlo- el rostro de las personas que sonreían y movían sus cabezas en forma de asentimiento y fascinación al contemplar las fotografías que habían sido tomadas por mí. “Manuale del proibito” estaba siendo un éxito que a la gente le gustaba por encontrar inspiración en aquellas imágenes a blanco y negro.
Alguien me tocó el hombro y el corazón se me paró por un segundo. Me giré sobre mis talones y una chica de ojos grises me sonrió. El corazón volvió a su ritmo, decepcionado.
-Disculpa, ¿eres la autora? –me preguntó, mientras en su mano izquierda sostenía una libretita.
-Sí así podría llamársele, sí –le devolví la sonrisa que antes me había dado.
-Hola, soy Natalie Robertson y trabajo para el periódico local –me ofreció la mano en saludo de presentación y yo la tomé-. Debes de sentirte orgullosa de que tus fotografías estén fascinando a todo el que entra por esa puerta y las ve, ¿no es así?
-Vaya, gracias –dije, tímida.
-En lo personal a mi me han encantado, pero ¿podrías decirme, por qué el título? ¿Qué significa? Si no me equivoco es italiano, ¿verdad?
-Así, es. Significa, manual de lo prohibido –dije, sintiéndome repentinamente incómoda, al no haber visualizado esto en el plan.
-Y, ¿por qué? –insistió.
-Bueno… –tartamudeé, no iba a darle una explicación extensa ni platicarle mi vida, sólo dije lo primero que vino a la mente al pensar en nick-. ¿Alguna vez has deseado algo prohibido? Como si esa cosa estuviera en la lista del “No toques, ni codicies” pero que cada momento te incita más y más a… tenerlo.
Ella miró a su alrededor después de lo que yo le había dicho y miró todas la fotografías de forma rápida. Después me sonrió.
-Ya entiendo –dijo-. Todo tu conjunto de fotografías forma un manual de una sola cosa prohibida, ¿verdad?
Abrí los ojos ante la sorpresa de que ella haya realmente comprendido.
-Así es –dije.
-Gracias por responderme –me sonrió y volvió a darme la mano-. Ha sido un placer conocerte.
-Igualmente –respondí y luego la vi alejarse haciendo anotaciones en su libreta.
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