Cuando se apartó de ella, miley vio una mancha de sangre en su jersey rosa.
–¡Oh, Dios mío! –jadeó–. ¿Estás herido?
El hombre respiró hondo y se sentó a su lado.
–Ya sanará.
miley no podía dar crédito a ese tono de voz tan impasible. Teniendo en cuenta la cantidad de sangre que manchaba su ropa, estaba claro que la herida era grave y aún así él no daba señales de estar dolorido.
–¿Dónde tienes la herida?
No contestó. En lugar de hacerlo, se pasó la mano izquierda por el cabello café. Se detuvo para mirar con furia el enorme grillete de plata que le rodeaba la muñeca derecha y, acto seguido, comenzó a tirar airadamente de él.
Por la expresión letal y fría de sus ojos, miley supo que los grilletes le molestaban más que ella.
Ahora que estaba despierto, y no encima de ella, miley se quedó extasiada por la oscura melancolía que reflejaban sus rasgos. Había algo muy romántico y atrayente en su rostro.
Algo muy heroico.
Se lo imaginaba, sin ningún esfuerzo, vestido como un libertino de la regencia o como un caballero medieval. Sus facciones clásicas le conferían una cualidad indefinible que parecía estar fuera de lugar en este mundo moderno.
–Bueno, bueno –dijo una voz sin rostro–. El Cazador Oscuro se ha despertado.
miley reconoció esa voz diabólica; era la misma persona que la había golpeado en casa de Tabitha.
–Desi, corazón –dijo con tono gélido el hombre que se alzaba junto a ella mientras observaba los muros cubiertos de orín–. Aún sigues con tus jueguecitos, por lo que veo. Ahora, ¿por qué no te comportas como un buen Daimon y te apareces ante mí?
–Todo a su debido tiempo, Cazador Oscuro, todo a su debido tiempo. Te habrás dado cuenta de que no soy como los demás, que se limitan a correr para ocultarse del gran lobo feroz. Soy el leñador malo que se encarga de matar al lobo.
La voz incorpórea hizo una pausa teatral.
–Tabitha Devereaux y tú habéis sometido a los míos a una persecución implacable. Ha llegado la hora de que sepáis lo que es el miedo. Cuando haya acabado con vosotros, me suplicaréis que os mate.
El Cazador Oscuro bajó la cabeza y se rió.
–Desi, cielo, en mi vida he suplicado por nada; y es bastante posible que el sol se desintegre antes de que le pida clemencia a alguien como tú.
–Hubris –dijo Desi–. Me encanta castigar ese pecado.
El Cazador Oscuro se puso en pie y miley vio la herida que tenía en el costado. La camisa estaba ligeramente desgarrada y había una mancha de sangre en el suelo, donde había estado sentado.
Pero no dio muestras de estar dolorido.
–Dime, ¿te gustan tus grilletes? –preguntó Desi–. Son de la fragua de Hefesto. Sólo un dios, o una llave hecha por el mismo Hefesto, pueden abrirlos. Y puesto que los dioses te han abandonado…
El Cazador Oscuro estudió la habitación. La ferocidad que reflejaban sus ojos habría espantado al mismísimo diablo.
–Voy a disfrutar tanto matándote…
Desiderius soltó una carcajada.
–Dudo mucho que tengas la oportunidad de hacerlo cuando tu amiguita descubra lo que eres.
El Cazador Oscuro lanzó una rápida mirada a miley, avisándola que se mantuviera callada. Pero no hacía falta que lo hiciera. Lo último que pretendía era traicionar a su hermana.
–¿Por eso nos has encadenado? –preguntó el desconocido–. ¿Quieres vernos luchar?
–Uf, no –dijo Desiderius–. Nada más lejos de mi intención. Por mí no habría problema en que os mataseis el uno al otro, pero lo que pretendo es liberaros al amanecer. Para entonces, el Cazador Oscuro se convertirá en la presa, y yo voy a disfrutar enormemente con la persecución y la tortura a la que pienso someterte. No hay ningún escondite donde no pueda encontrarte.
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