viernes, 6 de enero de 2012

Take me along niley -capi -9 (maraton VAle)




–¿Disculpe? –susurró, mientras le tocaba el brazo–. ¿Está vivo?
Tan pronto como su mano tocó el duro y bien formado bíceps le falló la respiración. Ese cuerpo postrado era como acero al tacto. No había un lugar que pareciese blando; rezumaba fuerza y agilidad.
¡Vaya, vaya!
Y antes de poder contenerse, deslizó la mano a lo largo del brazo. ¡Qué gustazo!
Dejó escapar el aire de forma lenta.
–¿Oiga? ¿Señor? –lo llamó de nuevo, mientras le sacudía el hombro–. Colega, ¿te importaría mucho recuperar el conocimiento para que pueda marcharme? No me apetece estar encerrada en una habitación con un muerto más tiempo del necesario, ¿vale? Venga, por favor, no hagas que esto parezca Un fin de semana con Bernie. Aquí sólo estoy yo y eres un hombre muy, muy grande.
Ni se movió.
De acuerdo, tendré que intentar otra cosa.
Mordiéndose el labio, tiró del hombre hasta dejarlo tumbado sobre su espalda. Al girarlo, el pelo cayó hacia los lados, junto al cuello del abrigo, y el rostro quedó a la vista.
Y miley se quedó sin aliento. Vale, ahora sí que estaba impresionada de verdad.
Era guapísimo. Tenía un mentón fuerte y cuadrado y los pómulos marcados. Sus rasgos eran aristocráticos, con un minúsculo hoyuelo en la barbilla.
¡Oh, Señor! El tipo poseía esa clase de belleza masculina que solo un puñado de mujeres tenía la suerte de ver en carne y hueso alguna vez en la vida.
Sus labios eran los más atractivos que había visto jamás; llenos y expresivos. Esa boca estaba hecha para dar besos largos y abrasadores…
En realidad, el único defecto de su rostro era una delgada cicatriz que descendía desde la oreja hasta la barbilla, a lo largo de la mandíbula.
Podía rivalizar en apostura con el marido de Grace. Y Julian, el semidiós, era un duro competidor.
Jamás le había impresionado tanto la apariencia de un hombre. Siempre había preferido la mente al cuerpo, especialmente porque cualquier hombre con la mitad de atractivo del que poseía el que estaba tumbado delante de ella en esos momentos, no solía tener un coeficiente intelectual mayor que el número de sus zapatos.
Al contrario de lo que le ocurría a su hermana Tabitha, un cu*lo bonito y unos hombros anchos no conseguían llamar su atención, necesitaba algo más. Aunque…
Paseó la mirada por ese cuerpo esbelto y musculoso. Con este hombre estaba más que dispuesta a hacer una excepción.
Si es que no estaba muerto, por supuesto.
Alargó el brazo, insegura, y colocó la mano sobre la piel morena de su cuello, para comprobar el pulso. Sus dedos encontraron una latido fuerte y regular.
Aliviada por el hecho de que estuviese vivo, intentó sacudirlo de nuevo.
–Guapetón, ¿me oyes?
El tipo lanzó un quejido y abrió los ojos lentamente, parpadeando varias veces. miley se sobresaltó al ver aquellos ojos. Eran tan oscuros que parecían negros y, cuando se fijaron en ella se dilataron de forma amenazadora.
miley sonrió ante su comportamiento de chico duro al más puro estilo Ford Fairlane, y soltó un bufido muy poco femenino.
Él la ignoró. Usando la hoja retráctil, intentó hacer saltar los goznes oxidados.
–Vas a romper la hoja si no tienes cuidado –le advirtió ella.
Él la miró con una ceja alzada.
–No hay nada en este mundo que pueda romper esta hoja. –Apretó los dientes y golpeó la bota con el puño–. Y parece ser que tampoco hay nada en este mundo que mueva los goznes. –Pero siguió intentándolo un poco más–. ¡Joder! –masculló dándose por vencido. Replegó la hoja y se inclinó para ponerse de nuevo la bota. La parte de atrás del abrigo se abrió al moverse y miley fue premiada con una encantadora vista de su trasero.
¡Uf, sí! Bonito cu*lo.
La boca se le secó cuando lo vio alzarse de nuevo hasta alcanzar su metro noventa y cinco de estatura.
Vaya, vaya, vaya.
Vale, lo retiro. Sí que tenía un rasgo que le resultaba irresistible: su altura. Siempre le habían chiflado los hombres más altos que ella. Y con este tipo podría calzarse sin dificultad unos tacones de ocho centímetros sin ofender su ego.
Le sacaba una buena cabeza.
Y eso le gustaba.
–¿Cómo es que conoces a mi hermana? –le preguntó, intentando mantener sus pensamientos ocupados en esa cuestión y no en lo mucho que deseaba probar esos labios tan apetecibles.
–La conozco porque no deja de cruzarse en mi camino. –Volvió a dar un tirón a los grilletes–. ¿Qué os pasa a los humanos que tenéis una necesidad constante de meteros en asuntos que deberíais ignorar?
–Yo no me meto en asuntos que… –su voz se desvaneció cuando las palabras que él acababa de pronunciar penetraron en su cerebro–. «Humanos», ¿a nosotros los humanos? ¿Por qué has dicho eso?
El tipo no contestó.
–Mira –siguió ella, alzando el brazo para mostrarle el grillete–. Estoy encadenada a ti y quiero una respuesta.
–No, tú no quieres ninguna respuesta.
Vale, eso sí que no. Aborrecía a los machos alfa. Esos tipos dominantes que parecían decir con su actitud «Yo soy el tío, nena: yo conduzco» le daban arcadas.
–Muy bien, machoman –le dijo irritada–. No soy ninguna descerebrada ligera de cascos que se dedique a hacer ojitos y pestañear a los chulos vestidos de cuero. No intentes tus tácticas de musculitos conmigo. Por si no lo sabes, en mi oficina me llaman la rompepelotas.
Nick la miró con el ceño fruncido.
–¿Machoman? –repitió, incrédulo.
Jamás en su extremadamente larga vida se había encontrado con alguien que tuviera la osadía de enfrentarse a él. Durante su etapa mortal, había conseguido que ejércitos enteros de romanos huyeran aterrorizados antes de llegar a enfrentarse a ellos. Pocos hombres se habían atrevido a mirarlo frente a frente. Desde que se convirtiera en Cazador Oscuro, legiones de Daimons y apolitas temblaban ante su mera presencia. Su nombre era susurrado con temor y reverencia, y esta mujer acababa de llamarlo…
Chulo vestido de cuero –repitió en voz alta–. Creo que jamás me había sentido tan insultado.
–Entonces es que has sido hijo único.
Él soltó una carcajada por el comentario. En realidad, había tenido tres hermanas más pequeñas que él, pero ninguna se había atrevido a insultarlo nunca.
Deslizó la mirada por el cuerpo femenino. No era una belleza clásica, pero esos ojos almendrados le conferían una apariencia exótica y le recordaban los de una hechicera. El pelo, de color caoba, le caía desordenado alrededor de los hombros. Pero habían sido esos ojos azules los que lo cautivaron. Cálidos e inteligentes, lo observaban, entornados, con una mirada maliciosa.

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