sábado, 11 de agosto de 2012
at dusk niley- capitulo 54
Para tranquilizarme, me llevé la mano al jersey, justo por debajo de la
clavícula, donde había prendido el broche aquella misma mañana, aunque
era como si hiciera mil años. El broche seguía allí; sentí el frío de los
bordes afilados de los pétalos azabache contra mis dedos.
En ese momento pasamos junto a una casa de empeños con tres
círculos dorados de neón sobre la puerta, y comprendí lo que debía hacer.
—Miley , no —protestó Nick cuando tiré de él para entrar en la sórdida
tiendecilla. Las estanterías estaban abarrotadas de trastos dejados al azar,
cosas de las que la gente había tenido que desprenderse, como abrigos de
piel de colores vistosos, gafas de sol de montura metálica y caros equipos
electrónicos que probablemente eran robados—. Podemos volver a la
estación de autobuses.
—No, no podemos. —Me desabroché el prendedor del jersey, intentando
no mirarlo. El mínimo atisbo de las perfectas flores negras haría que me
arrepintiera—. No se trata de estar cómodo o no, Nick, se trata de estar a
salvo y de encontrar un sitio donde poder hablar y...
«Y despedirnos», pensé, aunque no pude decirlo.
Nick lo meditó unos segundos antes de asentir con un gesto.
Seguramente parecíamos dos almas en pena cuando nos acercamos al
prestamista, pero al tendero no pareció importarle lo más mínimo, un
hombre enjuto con camisa de poliéster que apenas reparó en nosotros.
—¿Qué es esto? ¿Es de plástico o algo así?
—Es auténtico —me apresuré a contestar—. Es azabache de Whitby.
—No sé de qué Whitby me hablas. —El prestamista tamborileó los dedos
contra las hojas labradas—. Esto está bastante pasado de moda.
—Eso es porque es antiguo —dijo Nick .
—Es lo que dicen todos —suspiró el prestamista—. Cien dólares. Lo
tomas o lo dejas.
—¡Cien dólares! ¡Pero si cuesta el doble! —protesté.
Además, valía mucho más que el dinero. Lo había llevado prácticamente
todos los días desde hacía meses como el símbolo material del amor que
sentía por Nick . ¿Cómo podía mirarlo con tanta frialdad?
—La gente no viene aquí porque les dan los mejores intereses, guapita;
la gente viene aquí porque necesita pasta. ¿Quieres la pasta? Ya sabes la
oferta, si no, no me hagas perder el tiempo, ya sabes donde está la
puerta.
Nick estaba decidido a recuperar el broche en vez de desprenderse de
él por una cantidad tan inferior a su precio real; lo sabía por la tensión de
la mandíbula. Empezaba a darme cuenta de que Nick solía hacer lo que
más le seducía, aunque no fuera lo más acertado, y en nuestro caso
quedarnos con el broche no era lo más acertado.
—Pues cien dólares —dije con resolución, tendiéndole la mano abierta.
A cambio de nuestro sacrificio, recibimos cinco billetes de veinte y un
resguardo de papel con el que reclamar el broche más adelante, si por una
de esas cosas dábamos con una fortuna en un par de días.
—Conseguiré el dinero —prometió Nick al salir y dirigirnos al único
motel que habíamos visto—. Lo recuperaré para ti.
—Cuando me regalaste el broche, me dijiste que eras rico. ¿Es verdad?
—Eh...
Enarqué una ceja.
—¿No mucho?
—Tengo acceso a los fondos de la Cruz Negra, y no están nada mal, pero
se supone que debo utilizarlo para abastecerme. Para cosas necesarias. —
Se encogió de hombros—. No joyas.
—Te metiste en líos por comprármelo.
Nick se metió los puños en los bolsillos, de mal humor.
—Lo que vine a decirles es que trabajo para ellos, pero teniendo en
cuenta que no recibo un salario o una paga por peligrosidad, en lo que a
mí respecta, están en deuda conmigo. Y eso es lo que pienso decirles
exactamente cuando les explique que voy a recuperar el broche. Porque el
broche es tuyo, Miley . Te pertenece y punto.
—Te creo —sujeté su cara entre mis manos—, pero eso no es lo más
importante, ¿de acuerdo? Lo más importante es que estamos a salvo y
que tenemos la oportunidad de resolver la situación.
—Sí. —Noté el calor que desprendía su cabello empapado y despeinado
entre mis dedos cuando se lo retiré hacia atrás. Nick cerró los ojos—.
Busquemos un sitio donde pasar la noche.
Tuvimos que caminar un par de manzanas más antes de encontrar un
hotel barato. En la recepción, una estancia pequeña que olía a cerveza y
tabaco, Nick pidió que le dieran una habitación con dos camas, lo que
hizo que la recepcionista nos mirara divertida desde detrás de la pantalla
antibalas. Intenté no pensar en el precioso broche que acababa de vender
para pagar una noche en una habitación pequeña con una par de camas
desvencijadas con colchas de lana azul oscuro y una única lamparita de
noche de porcelana con la que vernos. A pesar de que ni nos rozamos al
entrar a la habitación, de que ni siquiera nos dimos la mano, era muy
consciente de que estábamos solos en un dormitorio. Nick encendió la
lamparita que había entre las camas, aunque eso no me relajó; al
contrario, me descubrí muy interesada en cómo se le pegaba al cuerpo la
camisa blanca empapada de agua. El algodón casi transparente perfilaba
los músculos de su espalda.
—¿Quieres desnudarte en el cuarto de baño? —preguntó Nick , con
delicadeza—. Me meteré en la cama y apagaré la luz. Así no veré nada
cuando salgas.
Me eché a reír, aliviada y nerviosa al mismo tiempo.
—Ahora tienes algunos de nuestros poderes y hay quien puede ver en la
oscuridad.
—Yo, no. Lo juro —dijo, con una sonrisa torcida.
Entré en el diminuto cuarto de baño y me quité la ropa empapada de
agua, prenda por prenda. Al menos la camiseta y la ropa interior estaban
bastante secas. Me lavé la cara y me hice una trenza con el pelo húmedo
y encrespado. Oí hablar a Nick al otro lado de la puerta, brevemente, y
luego que colgaba el teléfono. Estaba claro que acababa de dejar un
mensaje para informar a la Cruz Negra de dónde podía encontrarnos.
Me miré en el espejo. No es que antes no le hubiera prestado atención a
mi cuerpo, pero nunca me había mirado y me había preguntado cómo me
vería otra persona. Y Nick iba a verme en cualquier momento. ¿Me
encontraría guapa? Descubrí que al menos yo me sentía así y que quería
que Nick me viera. Me pasé las manos por el vientre y luego por las
caderas y los muslos, despertando a los sentidos de mi propio tacto. Y
mientras tanto, Nick estaba al otro lado de la puerta. Desvistiéndose.
Esperándome.
El resquicio de luz que se colaba por debajo de la puerta del baño
desapareció. Respiré hondo, apagué la luz y salí del lavabo. El débil
resplandor de las luces de la ciudad, filtrado por la cortina, iluminaba
nuestra habitación. Escudriñando entre la oscuridad, vi a Nick en la
penumbra. Había elegido la cama más alejada del baño y ya estaba bajo
las mantas, aunque con un brazo fuera.
Inspiré profundamente un par de veces y luego me acerqué a la cama
de Nick . Él me miró, incrédulo, pero levantó la colcha para invitarme a
entrar.
—Solo para dormir —dije en un susurro.
El corazón me latía desbocado y el hilo de voz que había usado me sonó
extraño incluso a mí. Ardía por dentro, sentía calor hasta entre los dedos
de las manos y los pies.
—Solo para dormir —prometió él.
No estaba segura de si creer a ninguno de los dos.
Me metí en su cama y Nick nos cubrió a ambos con la manta.
Descansé la cabeza sobre la almohada, a apenas unos centímetros de la
suya. La cama era tan pequeña que era inevitable que nos tocáramos; mis
piernas desnudas acariciaron las suyas, noté la tela tosca de sus
calzoncillos contra mis muslos, y mis pechos quedaban lo bastante cerca
para sentir el calor corporal que desprendía su torso desnudo.
Nick no apartó la mirada de mí.
—Necesito saber que crees que estoy haciendo lo correcto.
Lo medité unos instantes.
—Creo que estás haciendo lo que crees que es correcto.
—Es más o menos lo mismo —dijo, cansado.
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