Al
segundo en que traspasaron la puerta, Eliza tenía los ojos vivarachos y estaba
rebosante de energía. Cuando se hizo evidente que la bebé no tenía intenciones
de tomar una siesta, miley se escabulló para terminar el papeleo en la planta
manufacturera.
Nick había notado algunas cosas en la parte de afuera de la casa de Miley que
necesitaban arreglarse. Ató un sombrero en la cabeza de Eliza, y la vistió con
un traje que le cubría completamente su piel blanca como la nieve. Le tomó
algún tiempo para descifrar cómo funcionaba la mochila para bebé. Una vez que
la tuvo atada a su barriga, el rostro hacia adelante para que ella pudiera ver
el mundo, sus piernas pataleaban como una rana.
―Te
gusta estar afuera. Apostaría a que vas a ser una machona. ―Se ajustó
la gorra con visera y vagó hacia el viejo granero de madera. El edificio se
inclinaba hacia la derecha de mala manera, presentando un serio peligro. Podría
colapsar en cualquier momento. Le había hablado a Miley de derribarlo antes de
la primera nevada.
Un
gran granero de metal prefabricado estaba en diagonal de la casa. No estaba en
tan mala forma, pero estaba apiñado con toda clase de trastos viejos…
maquinaria antigua, herramientas, latas de pintura oxidadas y sacos vacíos para
el pienso. Sogas. Montones de sogas.
Desenganchó
un trozo de soga que no era ni demasiado gruesa ni demasiado delgada. Sacudió
una sección de treinta centímetros de largo entre sus manos. Era suficiente. La
podría destinar para bastantes cosas. Podría ser útil.
Un
destello de inspiración lo sacudió. Sabía exactamente cómo sacar partido de la
soga. La enrolló sobre su hombro.
Nick siempre hacía las cosas con propósito, así que él estaba contento sólo con
merodear, sin ninguna finalidad ni ningún plan en mente, hablándole a Eliza
mientras se deleitaban con una tarde ociosa. Le complació que Miley no hubiera
cultivado el típico césped suburbano, sino que haya dejado que prevaleciera el
paisaje natural. Escabroso. Un telón de fondo con largos pastos dorados y
marrones, corto y grueso matorral del color de la canela, la artemisa, y el
amarillo ocasional de las margaritas que estaban asomando, todo fundido armónicamente
pasando la valla de alambrado y a través del pastizal.
Un
roble con ramas nudosas crecía en medio del patio trasero. Usualmente sólo los
robles achaparrados sobrevivían y nunca alcanzaban ese tamaño. Se detuvo debajo
de la sombra y miró hacia arriba. Una rama maciza emergía del grueso tronco.
―¿Qué piensas,
Eliza? Agradable y tranquilo este lugar. Con sombra. Sería un lugar perfecto
para hacer un columpio con un neumático, ¿verdad? ¿Podríamos usar una de las
grandes llantas del tractor?
Ella
gruñó.
―¿No?
¿Preferirías tener un columpio de madera para no ensuciar tus hermosas ropas
rosadas con el caucho negro? ―Sus
pies se movieron. nick se rió y envolvió las manos alrededor de sus
pantorrillas regordetas―.
De madera entonces, aunque pasarán algunos años antes de que te permita mecerte
en eso, cariño.
Si todavía estás cerca de ella.
Se
rehusó a considerar que podría no estar viviendo aquí en el futuro. Estaba
haciendo progresos con Miley, lentamente, pero todavía era un progreso. Si
ella lo admitiría era completamente otra historia. No obstante, hoy, ella había
admitido que lo deseaba. Y había estado dispuesta a lanzar la cautela al viento
para tenerlo. Hacía una semana él no se hubiese imaginado tener sexo con Miley en una casa extraña, con desconocidos alrededor, y con la posibilidad de ser
descubiertos.
Hombre.
Eso había sido caliente como el infierno, alzándola contra la pared. Sintiendo
la caliente y apretada caricia de su coño alrededor de su polla sin una capa de
látex. Miley le había correspondido empuje por empuje, movimiento por movimiento,
beso por beso. Esos ruidos que había hecho en su boca cuando se corrió…
maldición.
La
Miley segura de sí misma escondiéndose en el cuarto de baño de la planta
superior de su tía y de su tío lo había dejado estupefacto. Cuando había
extendido la mano, tocándolo tan dulcemente, hablándole, y demostrándole que lo
necesitaba a un nivel emocional tanto como físico, él había estado tentado de
largarle “Bebé, te amo”, en ese
mismísimo momento.
Afortunadamente
se había refrenado. Hablando de asustar a la mujer. India podría ser del
pensamiento de el que no arriesga no gana,
pero por estos días, Nick estaba más inclinado de seguir el viejo dicho lento pero seguro.
Nick rodeó el perímetro desde la casa hacia los graneros, para el silo y el galpón
de las maquinarias. Él había estado encantado de encontrar el gallinero en
forma relativamente decente. Apoyó la bota sobre el escalón más bajo de la
cerca, escudriñando el campo. Estudió los parches verdes de pasto alto, notando
que ni ganado ni caballos habían pastado en él durante varios años. Se veía
provechoso. ¿Cuánta tierra poseía Miley? Exprimió su cerebro tratando de
recordar lo que ella había dicho.
―Bebé,
¿cuántos acres tiene tu mamá?
Eliza
gruñó.
―Ya sé,
nunca le preguntes a una vaquera el tamaño de sus tierras. Si pudiera separar
con una cerca este área, sería un lugar perfecto para tu pony. ¿Todavía quieres
uno blanco?
Ella
gruñó otra vez. Entonces nick de dio cuenta de por qué había estado gruñendo.
―Uf,
eres la Srta. Bragas Hediondas. Vamos adentro y te cambiaré.
Como
una pequeña cosa como la caca podía embotarle la mente. Para cuando la había
bañado y vestido, se había cambiado su ropa y la había alimentado, ambos
estaban bostezando. Nick se extendió en el sofá. Eliza dormía como un tronco
sobre su pecho y él no tenía energías para moverse. La verdad sea dicha, no
quería moverse. Era una forma ideal de pasar una tarde, en casa con su familia.
Plegó
la manta alrededor de ella, le besó su perfumada cabeza y se durmió.
Así
fue como Miley los encontró. Padre e hija acurrucados juntos como si fuera la
cosa más natural del mundo.
Lo es. Él tiene su sitio junto a ella.
Él tiene su sitio aquí. Él podría tener su sitio junto a ti.
¿Pero
lo haría él? A pesar que le dijo que había escrito eso en la carta que se había
perdido, parte de ella creía que Nick no estaría aquí, con ella, si no fuera
por Eliza. Otra parte creía que la razón por la que él se había vuelto tan
sexualmente exigente se debía no a obligarla a abrirse a nuevas experiencias
sexuales, o a que le diera a él el control de su placer, sino a que ella
voluntariamente le permitiera la suficiente variedad sexual como para que si
aceptara su propuesta de matrimonio, él no estaría tentado a buscar en
cualquier otro sitio la clase de desenfreno que necesitaba en la cama.
1 comentario:
esta ree buenisisisma siguela prontoooooo
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