—Lo dejaré estar por el momento —le dijo él al darse cuenta de que
le dolía hablar de su pasado.
miley sintió un gran alivio.
—Pero no durante mucho tiempo —daría el brazo derecho por saber más
cosas de ella.
—No es importante; pero Carolina sí lo es.
De repente, él se puso detrás de ella y la agarró por los brazos.
Miley cerró los ojos, sintiendo que se ahogaba.
—No —susurró ella.
¡Dios santo! «Nadie», pensó. «Nadie me hace sentir como él».
Le estaba costando un gran esfuerzo controlarse y a punto estuvo de
girarse en sus brazos.
—Ya has dejado claro que soy la asistenta.
Él acercó los labios a su oído y le susurró:
—Nunca.
A ella le costó trabajo respirar.
—nick —murmuró, sintiendo que la presión del cuerpo de él contra
el suyo encendía fuegos que no iba a poder sofocar.
—He soñado con que decías mi nombre de esa manera. Aquella noche,
sin nombres, sin pasado o futuro. Fue la experiencia más erótica de mi vida.
«La mía también», pensó ella; pero no pensaba admitirlo. Ya le
estaba costando bastante mantener el control tal y como estaban las cosas.
Entonces, él la apretó con más fuerza.
nick respiró su aroma y, aunque sabía que no debía, presionó los
labios contra su cuello.
El gemido de ella fue bajo, pero no tanto como para que él no lo
oyera.
—Miley. Me estás volviendo loco.
—Lo mismo te digo —le dijo ella con los puños apretados en los
costados para no tocarlo.
Entonces, él deslizó las manos por los brazos y le acarició la
cintura y después el vientre.
Ella sintió que se derretía.
—nick, tenemos que olvidarnos de aquella noche. Tenemos que
hacerlo o no podré quedarme aquí.
—Es difícil olvidarlo cuanto te he besado, te he saboreado…
—deslizó la boca por el cuello de ella—. He estado dentro de ti… —añadió con la
voz rota por el deseo.
Un fuerte cosquilleo le recorrió la espina dorsal y sintió que la
situación se le escapaba de las manos. Pero estaba decidida a no ceder por lo
que, con un terrible esfuerzo, se separó de él.
—¡No!
El la vio alejarse y dirigirse hacia el horno.
La manos de miley estaban temblando mientras apagaba el fuego. El
también estaba temblando. No tenía ninguna explicación para el calor y la
pasión que sentía por ella, simplemente estaba allí. ¿Cómo se suponía que iba a
poder controlarla?
Ella le clavó un puñal con la mirada y eso debería ayudar, pero no.
Al contrario, le hacía desear penetrar la armadura que se había puesto y
descubrir lo que llevaba dentro.
Entonces Carolina gritó encantada.
Y fue la sonrisa que miley le dedicó a su hija, tierna y
decidida, lo que lo suavizó.
Cuando volvió a mirarlo a él, con indiferencia y frialdad, se
preguntó cómo podía cambiar sus emociones con tanta facilidad. Estaba seguro de
que él no podría hacer semejante cosa. Eso le recordó que ella había entrado en
su vida como una tormenta de verano y había salido con la misma facilidad sin
echar la vista atrás. Dejándolo desnudo y hambriento en el suelo de la
habitación de un hotel.
En aquel momento, no le importó, pero ahora había más cosas en
juego. Su hija era lo más importante para él y ya se notaba que se había unido
mucho a miley. ¿Se marcharía con la misma facilidad con la que se marchó
entonces?
—Siéntate —le dijo miley señalando la silla de al lado de la de
Carolina.
Él obedeció.
miley sirvió la comida en un plato y la colocó delante de él.
Después, sabiendo que la niña estaría tranquila un buen rato más, caminó hacia
la puerta.
—¿Adónde vas?
Ella hizo una pausa y lo miró.
—A mi habitación.
Él señaló la mesa.
—¿No cenas conmigo?
—Soy parte del servicio, nick. Y necesitamos dejar esa línea bien
marcada.
—¡A la porra con la línea! —dijo él, pero al ver que ella se
tensaba y su mirada se endurecía decidió cambiar de táctica—. Venga, siéntate
conmigo. Es muy aburrido comer solo. Carolina no cuenta muchas cosas que
digamos.
La expresión de miley se suavizó.
—Vamos —insistió él.
Se levantó de la silla, le sirvió un plato a ella y lo colocó al
otro lado de la mesa.
La expresión de ella no podía ser más fría.
—No, nick. Tú no estás en el mercado y yo tampoco.
Era tentador, muy tentador. Especialmente cuando Carolina estaba
jugando con una bolita de cereal, botando en su silla. Volvió a mirar a nick,
a la mesa, después, otra vez a la niña. Era como si pudiera olvidarse de su
carrera y colarse en sus vidas. Pero no podía. Tenía que cazar a un traidor y
un trabajo al que volver, con un poco de suerte, antes de que pasara demasiado
tiempo y se olvidara de lo que era la vida de una agente secreta.
Se volvió hacia la puerta y desapareció.
nick miró a su hija, que había expresado su opinión con un grito
tan fuerte que podía haberlo dejado sordo.
—Es una mujer frustrante, ¿verdad?
Se dejó caer en la silla y agarró el tenedor. Ni vio ni saboreó el
cerdo asado con espinacas y champiñones que ella había preparado. Lo único en
lo que podía pensar era en lo fría que podía ser cuando quería.
Cuando acabó de comer, recogió la cocina. Para cuando terminó,
Carolina ya estaba gritando para que la bajara de la silla.
La tomó en brazos y se paseó por toda la casa. Acabó en el salón,
sentado en un sofá, con la niña en su regazo. Como esta no se estaba quieta, la
dejó en el suelo para que gateara y la persiguió por toda la habitación.
Entonces, escuchó un ruido en la parte de atrás y pensó que miley estaría preparando una lavadora. Al saber que estaba tan cerca, se
puso un poco nervioso.
Carolina también se dio cuenta, levantó la cabeza y miró hacia la
puerta. Después gritó, como si llamara a alguien, y esperó pacientemente una
respuesta.
nick miró hacia la puerta y esperó a que miley apareciera.
Pero no lo hizo.
Aunque sí les llegó su voz.
—Es la hora acostarse, nick —dijo desde el vestíbulo—. ¿Por qué
no la llevas a la cama?
—Ahora la llevo —contestó él.
Él disfrutó con el ritual de acostar a la niña; pero lo molestó que
miley no apareciera ni para dar las buenas noches.
Cambiar pañales y recoger el desorden organizado por un bebé no era
nada comparado con las cosas que había tenido que hacer en su trabajo. Por otro
lado, vigilar a un bebé que jugaba con la hierba, sentada en un canapé de
mimbre en la terraza, era un verdadero placer.
Por primera vez, en mucho tiempo, miley no tenía que vigilar su
espalda. La casa estaba bastante apartada del pueblo y estaba provista de un
buen sistema de seguridad, así que podía relajarse.
—No, cariño. A la boca no —le dijo miley a la niña, quitándole la
hierba de la mano. Le dio una pala y un rastrillo y se sentó junto a ella para
jugar con la tierra.
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